Métodos de sepultura en el judaísmo (IV): la época de la Diáspora

La llegada al poder del Imperio bizantino merma la poca estabilidad que el pueblo judío aún poseía en Galilea. Las restricciones de los derechos civiles de los judíos y la anulación de sus privilegios religiosos provoca el exilio de gran parte de la comunidad. La abolición del Sanedrín, a principios del siglo V d. C., traslada finalmente el liderago judío a las escuelas talmúdicas de Babilonia.

Al no poder ser enterrados en Israel, como era costumbre en épocas anteriores, los judíos no tienen otra alternativa que sepultar a sus muertos en la diáspora. Pero hay un problema. Según todas las profecías del Tanaj, la resurrección de los muertos tendrá lugar únicamente en la tierra de Israel. ¿Y qué sucederá entonces con los que estén enterrados fuera de Israel? Para responder a esta inquietante pregunta los sabios plantean un nuevo concepto teológico llamado, en hebreo, guilgul mejilot. Los difuntos sepultados en la diáspora rodarán por túneles subterráneos hasta llegar a la tierra de Israel. Una vez allí, participarán ellos también en la resurrección de los muertos. Un midrash de la Edad Media confirma esta creencia: "Dios les hará canales debajo de la tierra y rodarán por ellos hasta llegar al Monte de los Olivos que está en Jerusalén. Y Dios, desde lo alto del monte, abrirá un conducto para que puedan salir" (Pesikta Rabatí 31).

Aquí comenzará la resurrección de los muertos (Monte de los Olivos)
 
Pero esta idea presenta otro interrogante. ¿Cómo harán los judíos enterrados en la diáspora para viajar por canales subterráneos si su cuerpo se encuentra atrapado dentro de un sarcófago de piedra? La innovación rabínica del guilgul mejilot se traduce, en términos prácticos, en una modificación del método de sepultura. El pueblo judío abandona definitivamente los sarcófagos, utilizados durante la época de la Mishná y el Talmud, y comienza a enterrar a sus muertos directamente en la tierra. Sin ataúd. De esta manera, cuando llegue la era mesiánica, los cuerpos podrán realizar fácilmente el proceso de rotación subterránea, y resucitar en Israel. Actualmente, en los países cuyas leyes prohíben este sistema de enterramiento, la halajá determina que se debe construir un ataúd de madera con agujeros en la parte inferior, de tal modo que el difunto esté conectado con la tierra.
 
El cambio en el método de sepultura judía a lo largo de la historia es un claro ejemplo del dinamismo de la halajá. Un dinamismo que no sólo se ve reflejado en el método de enterramiento, sino también en la evolución de las creencias y costumbres vinculadas a la muerte.
 
Judío ultraortodoxo rezando en un tumba
 
Si desde la época de las escuelas talmúdicas de Babilonia, a partir del siglo V d. C., el principal método de sepultura en el judaísmo estaba relacionado con la creencia en el guilgul mejilot, el retorno del pueblo judío a su tierra y la creación del Estado de Israel (1948) han replanteado nuevamente el debate halájico en torno a este asunto.
 
Opinan algunas autoridades rabínicas, y con razón, que si a lo largo de la historia los judíos pudieron modificar la sepultura por motivos prácticos y religiosos, también en la actualidad es posible realizar las adaptaciones que se consideren relevantes y regresar a los métodos utilizados en el pasado. Ya que lo que se reforma, al fin y al cabo, es la técnica de enterramiento y no el concepto en sí mismo. Los soldados caídos del Ejército israelí, por ejemplo, son sepultados dentro de un ataúd cubierto con la bandera de Israel.
 
Entierro en ataúd de un soldado israelí
 
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Métodos de sepultura en el judaísmo (III): la época de la Mishná y el Talmud

Necrópolis judía de la época de la Mishná y el Talmud (Beit Shearim)
 
La Gran Revuelta Judía (67-73) y la Rebelión de Bar Kojba (132-135) generan una nueva realidad en la historia del pueblo judío. A partir de esos acontecimientos, los judíos comienzan a vivir fuera del territorio de Judea en contra de su propia voluntad. La situación es tan inestable que surge el temor, bastante razonable, de que al cabo de 12 meses ningún familiar pueda regresar al nicho del difunto para recolectar sus huesos y colocarlos en el interior de un osario, como era costumbre durante la época del Segundo Templo. Debido a que se trata de un sistema de enterramiento que consta de dos fases, la consecuencia halájica de no completar el procedimiento es que el difunto no ha sido enterrado. Y en el judaísmo enterrar a los muertos es una obligación. Por eso, el pueblo judío se ve nuevamente en la necesidad de modificar, esta vez por razones prácticas, el método de sepultura.

A mediados del siglo II d. C., la mayor parte de la comunidad judía se traslada a la zona de Galilea, en el norte del país. Allí adoptan el método de entierro más común entre los paganos, que consiste en depositar el cadáver del difunto en un sarcófago el día de su muerte. O en otras palabras: consiste en completar el proceso de sepultura el mismo día para no tener que regresar a la tumba al cabo de un tiempo determinado. Las cuevas mortuorias pasan a ser, en la época de la Mishná y el Talmud, enormes almacenes de sarcófagos amontonados.

Sarcófago judío del siglo III d. C. hallado
en la necrópolis de Beit Shearim
 
Los rabinos sabían que eran tiempos difíciles y que no todos los judíos podían vivir en Israel. Y en esa misma época desarrollan una idea teológica destinada a preservar el vínculo entre el pueblo judío y su tierra. Dice el Talmud de Babilonia: "El que está enterrado en la tierra de Israel es como si estuviera enterrado bajo el altar del Templo" (Ketuvot 111). Es decir, el judío que no tiene el privilegio de vivir en Israel al menos deberá esforzarse por ser enterrado en Israel.
 
En la época del Segundo Templo el cementerio más popular se encontraba en el Monte de los Olivos, pues la tradición afirma que allí comenzará la resurrección de los muertos de la era mesiánica. Pero en la época de la Mishná y el Talmud (siglos II-V d. C.) Jerusalén es una ciudad pagana (Aelia Capitolina). Los judíos no tienen permitido vivir en la ciudad, mucho menos ser enterrados en ella, de modo que se crea una pequeña disyuntiva. Por un lado, los judíos quieren ser enterrados en Israel. Por otro lado, el acceso a Jerusalén y al Monte de los Olivos está prohibido. ¿Acaso existe en Israel otro lugar digno para ser sepultado? La solución se halla en una ciudad de Galilea llamada Beit Shearim.
 
Sinagoga de Beit Shearim del siglo III d. C.
 
Junto con la mayor parte de la comunidad judía, también los grandes rabinos, los cohanim y el Sanedrín se trasladan a Galilea a raíz de la Rebelión de Bar Kojba. Entre ellos se encuentra Rabí Yehuda Hanasí, compilador de la Mishná y principal líder político y religioso de la época. El Talmud de Jerusalén relata que a su muerte, en la primera mitad del siglo III, fue enterrado conforme a su deseo en el cementerio de Beit Shearim. Este hecho convertirá a esta ciudad de Galilea en la principal necrópolis del pueblo judío de la época de la Mishná y el Talmud.
 
Los arqueólogos israelíes Benjamin Mazar y Nahman Avigad hallaron en las excavaciones de Beit Shearim más de 30 cuevas que contienen cientos de sarcófagos de piedra. Y es que judíos de todos los rincones de la diáspora encuentran en Beit Shearim, al lado de la tumba de Rabí Yehuda Hanasí, un lugar alternativo a Jerusalén para ser sepultados. De este modo, la necrópolis de Beit Shearim sustituye al Monte de los Olivos durante los siglos III-IV d. C., época de máximo esplendor de Aelia Capitolina, al tiempo que la tradición de los osarios, popular en la época del Segundo Templo, es relevada por sarcófagos.
 
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